Hay
decisiones que podemos arreglar, y decisiones a las que podemos acostumbrarnos,
como un corte de pelo, un bocadillo mal escogido, un mal color de camiseta, un
mal libro...
En cambio
hay otras en las que solo nos queda la opción de volver atrás y cortarlo todo
de raíz. Uno de esos ejemplos en el hecho de casarse. Cuando alguien decide dar
el sí ante un altar, es porque su corazón se lo manda, porque está de acuerdo. En ese momento todo está bien, pero en cambio
a lo largo de los años se van descubriendo cosas que estaban ocultas, actitudes
que no nos gustan o nos desagradan. Intentamos aguantar, ocultarlo o incluso
disimular, pero hay un momento en el que un pequeño resorte salta, un momento
en el que no podemos aguantar más. Por mucho que lo pensamos solo vemos una solución.
Decidimos separarnos, volver al comienzo, comenzar de nuevo. En tan solo un
momento decidimos tirar todos los años pasados, todos los recuerdos, los buenos
momentos… Pero cuando estamos a puntos de venirnos abajo nos damos cuenta de
que la gente a nuestro alrededor está de nuestro lado, que nos apoya para
seguir adelante. Y es entonces cuando nos
damos cuenta de que hemos hecho bien.
A lo largo
de nuestra vida debemos buscar nuestra felicidad ante todo, romper las cadenas
que nos atan al pasado y no mirar atrás. Debemos preocuparnos por nosotros y lo
que nosotros queremos.
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